El día previo a
la final de salto en largo, Bob Beamon estuvo al borde de perderse su cita con
la historia. Tras dos intentos nulos, su compañero en el equipo de Estados
Unidos y mentor, Ralph Boston le aconsejó dar un salto seguro. El joven
neoyorquino, que llegó a México '68 tras ganar 22 de los 23 eventos de ese año,
estaba lleno de nervios. Esa noche, para relajarse, se fue a tomar unos tragos
de tequila y tuvo sexo con su novia. Pensó que así ya no tendría chances y se
sintió más liviano, tanto que pudo volar. Al día siguiente, a las 15.45, tras
19 pasos largos, Beamon dio "el salto del siglo". La marca que dejó
estaba fuera de la escala prevista en el método de medición que se estrenó en
esos Juegos. Tuvieron que usar una cinta métrica de metal para registrarlo.
Tardaron más de 20 minutos, cuando la marca, 8.90 metros, apareció en los
carteles Beamon, que estaba familiarizado con las medidas en pies, preguntó:
"¿Y eso qué significa?". Eran 55 centímetros más que el récord
mundial. Bob comenzó a correr por la pista, exultante, desorientado en su
alegría, hasta que se desplomó sin fuerzas en sus piernas por un ataque
catapléjico. El récord mundial de Beamon, el más grande que se instauró en los
Juegos, se mantuvo por 23 años hasta que Mike Powell estableció la marca
actual, apenas cinco centímetros por encima de aquella ejecución magnífica.
Fuente: espndeportes.espn.go.com
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