Hay legados que
se forjan con la velocidad de un relámpago y dejan cicatrices en una época. Ése
fue el caso de Wilma Goldean Rudolph, corredora estadounidense que asombró al
mundo en Roma '60. Su historia infantil invitaba a la identificación y a la
idolatría instantánea: la vigésima de 21 hermanos, creció con una parálisis
debido a una poliomelitis infantil, que la obligaría a usar un corrector en su
pierna izquierda durante algunos años. De pequeña sobrevivió a la escarlatina,
el sarampión, la varicela y la tos ferina. A los 12 años pudo comenzar a correr
normalmente. A los 16, formó parte del equipo olímpico que ganó el oro en el
relevo 4x100 de Melbourne '56. Y a los 20, en Roma, desató su furia velocista
para deslumbrar al mundo. Rudolph se quedó con tres medallas de oro. Ganó los
100 metros llanos con un tiempo de 11 segundos, que se hubiera transformado en
récord mundial (no fue homologado por el viento). Se quedó con los 200 metros
con récord olímpico. Obtuvo en equipos la posta 4x100. Inmediatamente fue
catalogada como "la mujer más rápida de la historia". La apodaron
"El Tornado", "La perla negra", "La gacela negra".
Hasta participó en shows televisivos en su país. Como lo bueno dura muy poco,
se retiró en 1962, con apenas 22 años. Tras su retiro se convirtió en una
referente de la lucha por los derechos civiles. Referencia deportiva de
millones, hoy una porción de la ruta 79 en los Estados Unidos lleva su nombre.
Y tiene una estatua en su pueblo natal.
Fuente: espndeportes.espn.go.com
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